domingo, 27 de diciembre de 2009

LA AUTORIDAD Y LA EDUCACIÓN


LA IGNORANCIA UNO DE NUESTROS FÉRREOS ENEMIGOS


Sin lugar a dudas existe un incremento en la violencia en todos los países, mejor dicho, en todo el planeta.

Pero hay un tipo de violencia que nos permite determinar el terrible estado social en que se encuentra el Ser Humano, y es la creciente violencia en los ámbitos educativos y familiares, que se ha relacionado, atinadamente con la falta de autoridad y disciplina en la educación de los más jóvenes, y esto parece coherente.



Movidos por esta terrible situación, políticas recientes en diferentes países, proponen que el profesor sea considerado una figura pública, con la dignidad que este título le confiere.


Pero, como han cambiado las culturas sociales últimamente, vale la pena hacernos una pregunta: ¿Es efectivamente la autoridad un requerimiento de la educación? Y otra pregunta sería, ¿Es legítima, y pedagógicamente conveniente? Vaya preguntas. Sobre todo en esta actualidad convulsionada que estamos viviendo.


Para el joven adolecente que no regula sus emociones, la autoridad educativa de padres y profesores, se convierte en una verdadera resistencia, que plantea una tapia, obstaculizando el proceso de maduración de quienes necesitan crecer en una determinada dirección, y este si es un verdadero problema cultural y social en los pueblos modernos, entendiendo que la etapa más vulnerable del ser humano en su crecimiento físico y psicológico, por todo lo que implica es la llamada, pubertad.


Teniendo en cuenta lo anterior, podemos agregarle, a la situación de violencia, la confusión que existe respecto al concepto de autoridad, que con frecuencia se ha ejercitado de un modo lesivo y desproporcionado a la libertad y dignidad humana. Se pierde el verdadero sentido de lo que es la AUTORIDAD.


Sobran ejemplos en la historia humana reciente, para muestra el botón del famoso socialismo del siglo XXI, y con frecuencia algunos mal llamados filósofos presentan un discurso erróneo que reducen de manera ignorante el uso de la autoridad a una figura flaca de poder. Pero este discurso contribuye a la identificación de la autoridad con autoritarismo y a percibir el ejercicio del autoritarismo como una acción que establece una relación social ilegítima.


La autoridad no se relaciona con acciones positivas, sino más bien se palpa ante ella una actitud generalizada de prevención y de acción neutralizadora de su posible fuerza.


La autoridad mal entendida se convierte fácilmente en tiranía, ostentación y agresión. Pero muy al contrario de lo que esta confusión producida por la ignorancia y la mediocre iniciativa de quienes pretenden educar, a esto la férrea contribución de algunos medios de comunicación que actúan como punta de lanza para quienes les conviene que se prolifere la decidía cultural, la autoridad es muy diferente; la autoridad trae consigo más compromisos que derechos o prerrogativas: Quien realmente está al mando debe dejar hacer, púes las cosas tiene diferentes maneras de hacer y aceptar que hay personas que pueden hacerlas mejor que él; tener un espíritu amplio, ya que las cosas pueden hacerse de diferentes maneras.


Ser paciente y comprensivo, pues todos nos equivocamos, y quien tiene la autoridad es quien enseña a hacer las cosas bien, y esto se convierte en muy corto plazo en lo que suele llamarse la autoridad moral y esta autoridad no es un derecho, se trata de una verdadera conquista, se gana con el respeto, con el ejemplo, y el cabal cumplimiento de las obligaciones, y su punta de lanza para la cumbre de la autoridad es el servicio, pero no cualquier servicio, se trata de un servicio donado y desinteresado; y cuando el servicio se convierte en la base de la autoridad se corona de liderazgo.


Por esta razón, el buen ejercicio de la autoridad genera un ambiente de confianza y armonía entre los subordinados, logrando un sano equilibrio entre la firmeza y la flexibilidad, sabe escuchar, prever, organizar, en fin, ejercer de manera correcta la autoridad implica mucho más que mandar.


Ahora bien, Al mismo tiempo que los ideales sociopolíticos anti-autoridad se extienden, el permisivismo impregna los contextos educativos y esto es peligroso, muy peligroso, interpretándose de manera equivocada que la autoridad conlleva siempre a una restricción de la libertad.


Como es claro, el abuso de la autoridad por parte de los educadores conduce a un rechazo natural de esta injusticia, pero hasta el extremo de negar el necesario ejercicio de la autoridad. La defensa de la libertad individual del alumno se contrapone a la posibilidad de que el profesor indique como debe ser su conducta.


La aplicación de manera estricta de los criterios democráticos de la vida sociopolítica a la educación suele distorsionar el proceso y por ende su mismo fin. Como sabemos la igualdad, la libertad, y la participación son básicos elementos de la función democrática, ¡bueno! eso creemos, pero en la práctica es muy diferente, convirtiéndose la democracia en una verdadera pantomima social y política; pero este es un tema distinto; por lo pronto continuemos.


Hoy en días las relaciones educativas adoptan una modalidad específica, en la que el reconocimiento de la autoridad del educador es tan importante como el reconocimiento de la dignidad de todos los sujetos que protagonizan la educación. Sin embargo, por lo general el educador impone la autoridad con una norma que le da la fuerza requerida para ejercer esta supuesta autoridad, y es en este punto en que hay confusión; pues cuando se ejerce la autoridad con este tipo de respaldo no se trata de autoridad sino poder.


La comprobación de cómo las personas aprenden o no aprenden bajo un clima social permisivo fuerza a reconsiderar la necesidad de la autoridad, al menos para el desarrollo educativo. La práctica demuestra que la permisividad tiene un efecto tan pernicioso como el autoritarismo porque el sujeto llega a considerar aceptable todo deseo personal, inclusive hasta el más violento, y la limitación al respecto inaceptable. Esta conclusión se entresaca tanto de los estudios teóricos como de los (desgraciadamente) empíricos.


No existe oposición entre autoridad y libertad del educando, ya que en el ambiente educativo, el peso fuerte de la autoridad del docente radica en su dimensión de auctoritas es decir, saberse socialmente reconocido, como profesor o educador, más que una dimensión de potestas o Poder. Esta autoridad del educador es legítima siempre y cuando cumpla tres requisitos, a) reconocimiento del educador en virtud de lo es y lo que sabe. b) ordenación de la actividad de los educandos con el fin de orientar su proceso de aprendizaje y maduración, ni más ni menos, en los aspectos y en el tiempo, necesarios. c) Trabajo educativo que contribuya al crecimiento de las personas, que es el fin último de la educación.


Para crecer se requiere certidumbre en lo que se hace. Esa seguridad se logra siguiendo las indicaciones de quien muestra cuidado afecto. Se obedece hasta que se alcanzan las competencias para desenvolverse por uno mismo.


Definitivamente, la autoridad en la educación responde a reconocer que al obedecer, ser dócil al que sabe más, es un comportamiento prudente. Las personas dependen de otros e su crecimiento. Mientras no puedan ser autosuficientes, tiene que acceder a seguir las indicaciones del que sabe más, al que han prestado su confianza. Es esta confianza, la actitud y sentimiento que permite no violentar la propia libertad. La Autoridad requiere de una responsabilidad, pero, ¿somos responsables al educar?



Para mis hermaitos y los del ENS en especial el glorioso


CER


Que Dios los bendiga y la Virgen los Proteja





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